23 de enero de 2013


Un cuerpo femenino completamente desnudo se pasea por una caótica habitación en la que sobreviven algunos restos de cocaína perfectamente alineada, paquetes de cigarrillos y botellas de alcohol semivacías. Las pruebas de una noche sin límites que precede a una nueva jornada sobrevolando el aire para el piloto Whip Whitaker (Denzel Washington) y la azafata Katerina Marquez (Nadine Velázquez).

No apostaríamos nada a que semejante arranque pudiese pertenecer a una película del siempre decoroso, Robert Zemeckis, director cuya carrera ha oscilado entre el cine de entretenimiento comercial (“Regreso al futuro”, “La muerte os sienta tan bien”), la predilección por la renovación técnica y visual (“¿Quién engañó a Roger Rabbit?”, “Beowulf”) y el drama de buenas intenciones (“Forrest Gump”, “Naufrago”), pero sin embargo, Zemeckis se muestra especialmente explicito y llamativamente coherente con la historia de un piloto de aviones adicto a la bebida y a las drogas en lo que supone ser su película menos complaciente con la extrema corrección del género norteamericano que Zemeckis perpetuamente ha frecuentado.

El vuelo” se mueve con valentía entre el drama de destrucción personal por parte de un formidable Denzel Washington y el dilema moral entre la heroicidad y la imprudencia de los actos. El libreto original de John Gatins (nominado al Oscar) transfiere a un personaje con evidentes taras emocionales la carga de una responsabilidad, explorando los límites de la conducta, la estrecha línea entre la seguridad y la temeridad. Washington entiende que la trascendencia de la película está en la perfecta composición de un personaje tan sólido como quebradizo, orgulloso y debilitado y completa un trabajo sobresaliente capaz de engrosar la lista de seres cinematográficos vencidos por las adicciones que un día comenzaron gente como Ray Milland, Frank Sinatra. Jack Lemmon o Nicolas Cage.  


El poderío narrativo de Zemeckis queda demostrado en la espectacular secuencia del accidente de avión que desencadena todos los hechos posteriores de una película que encuentra sus mejores momentos en la íntima soledad de una habitación y una pequeña botella de vodka, en un improvisado diálogo en las escaleras de un hospital. Pero, a pesar de que sus personajes no paren de fumar (algo que el cine americano ha omitido de un tiempo a esta parte), que agoten botellas de cerveza en una abrir o cerrar de ojos o se inyecten heroína para superar el mono en pantalla, el drama de “El vuelo” no logrará eludir en su tramo final las inevitables dosis de moralina inherentes al cine norteamericano, su querencia por la honestidad del ser humano, por la superación personal, rebajando así las dosis de atrevimiento con las que el director de “Contact” sorprende en uno de sus trabajos de mayor cohesión y gravedad de su carrera.
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Written by Roberto García

Escrito con mucho esmero e ilusión desde Albacete. Comenta si te apetece y si no, escucha nuestro programa de radio, que también tiene su aquel.

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