21 de enero de 2013


En "Jungla de Cristal III, la venganza" (John Mctiernan, 1995) el credo del samaritano Zeus Carver, encarnado por Samuel L.Jackson rezaba: -¿Quienes son los malos? -Los chicos que llevan droga, - ¿Quienes son los buenos? Nosotros. -¿Quién nos ayuda? Nadie. -¿A quien ayudamos? A nosotros mismos. -¿Quien no queremos que nos ayude?. El hombre blanco.
El bueno de Zeus es un tipo honrado que aprovecha cualquier situación para convertirla en una cuestión racial, con el blanco como centro de todas las iras, exteriorizando el resentimiento convencido y heredado de sus antepasados.
En “Django Desencadenado”, Samuel L.Jackson interpreta al que pudiera ser perfectamente el tatarabuelo de Zeus, Stephen. Lejos de manifestar el odio profundo por el blanco que lo somete, Stephen se encuentra en las antípodas de lo esperado. Goza de privilegios y está acomodado en un sistema que subyuga a los de su clase. Zeus nunca habría imaginado un comportamiento así en un antepasado, como tampoco el espectador espera la irrupción del que probablemente sea el mejor personaje de Samuel L.Jackson en años y uno más a engrosar la lista de protagonistas memorables en la carrera de Quentin Tarantino, autor capaz de alterar con total libertad y falta de prejuicios ideológicos las páginas de la Historia norteamericana hasta encrespar al mismísimo Spike Lee.

Pero el traidor negro Stephen no es el único. En “Django Desencadenado”, Tarantino hace de la aguda composición de personajes uno de los grandes fuertes de su western referencial. King Schultz y Calvin Candie y en menor medida, Django, son, junto a Stephen, grandes logros a la altura de Stuntman Mike, Shosanna Dreyfus, Hans Landa, Mr. White, Jules Winnfield o The Bride. Personajes memorables sobre los que recaerá el devenir de la historia, un buen cúmulo secuencias poderosas y confesiones marca de la casa, características sobre las que se estructura la cinta de Tarantino, el cual utilizará el marco de los años previos a la Guerra de Secesión y el sistema de esclavitud como excusa para elaborar otro de sus juguetes lúdicos con los que hacer disfrutar al personal y de paso deconstruir sus géneros predilectos.


Django desecadenado” es otro divertimento desinhibido y travieso, en el que a diferencia de los títulos anteriores de la carrera de Quentin, no será la venganza la que se establezca como la impulsora de la acción, y sí una mitología de princesas y dragones, de fortalezas que esperan un héroe que rescate a su amada. La leyenda de los Nibelungos, adoptada por Tarantino en su película hace, por primera vez, del amor la clave de su viaje por el medio oeste, y de Django (Jaime Foxx) su primer héroe a ojos del esclavo y del espectador. La figura prohibida de un negro montado a caballo y su bello objetivo de nombre Broomhilda (Kerri Washington), se rinden, sin embargo, ante el poder en pantalla del cazarrecompensas alemán y el dueño de la plantación Calvin Candie (un excelente Christoph Waltz y un desatado Leonardo Di Caprio) cuyos momentos compartidos se instalan como lo más destacable de una película cuya anarquía le permite mezclar a James Brown y 2pac con Ennio Morricone, a Jerry Goldsmith con “Le llamaban Trinidad”, a “Mandingo” con “Sillas de montar calientes” y al Ku Klux Klan con la comedia más absurda y desternillante. Una anarquía que se denota en su extenso metraje, síntoma inequívoco de que Tarantino disfruta mezclando y agitando el western y el blaxplotation en cada paseo ecuestre, en cada habitación de Candyland, en cada diálogo sobre mandingos y esclavos, tal y como hizo con el género bélico en “Malditos Bastardos” o con las artes marciales en “Kill Bill”. Y nosotros con él, sometidos a su habilidad para hacer de la cultura pop y el subgénero cinéfago un cóctel de lujo tremendamente adictivo.
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Written by Roberto García

Escrito con mucho esmero e ilusión desde Albacete. Comenta si te apetece y si no, escucha nuestro programa de radio, que también tiene su aquel.

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