23 de noviembre de 2012


Hay películas que desafían la linealidad argumental, los convencionalismos narrativos, lo racional. Títulos que utilizan el poder de la imagen para seducir, los límites de la cordura para remover al espectador y la abstracción para conseguir la atracción. “Holy Motors” es de esas películas singulares, incomparables, insólitas y sorprendentes capaces de perturbar y perdurar en el recuerdo. También dispuesta a resultar inaccesible y repulsiva. En definitiva, una obra sobre la que es imposible apartar la mirada. Un acontecimiento único para el séptimo arte, el cual se aleja de tanto en tanto de sus costumbres para otorgar experiencias apasionantes como esta.

Efectivamente, “Holy Motors” no es una obra ni mucho menos fácil. Para nada una película que debas recomendar a tu amigo o a tu primo. Si amas “Holy Motors”, abstente de transmitir tu desmedido entusiasmo por ella e intenta trasladar su capacidad de desconcierto. Si, en cambio, la odias  entiende que, en realidad, se trata una experiencia única e individual para con el espectador ("la belleza está en el ojo de espectador" llega a pronunciar Michelle Piccoli en su fugaz aparición). Sólo así evitarás generar la animadversión sistemática sobre una película a la que puedes admirar con tanta vehemencia como detestar.

Puestos a sacar conclusiones sobre su propuesta metacinematográfica, es posible afirmar que Leos Carax, sin atender a los códigos, ha querido homenajear al cine, a sus diferentes formas de expresión y épocas (desde sus imágenes primigenias hasta su el desarrollo de la era digital), honorar el trabajo del actor, hablar de los límites de la interpretación y sus múltiples personalidades a través del viaje en limousina del alter ego de Carax, un Denis Lavant absolutamente entregado a sus diferentes roles que van desde el actor de captura de movimiento, a abnegado padre de adolescente, pasando por demente vagabundo, asesino o acordeonista. De la animación al musical visitando el drama, romance o el absurdo. Realidad y ficción se confunden a cada paso que Carax da, en cada encargo que el Señor Oscar (Lavant), recibe, reclamando únicamente el acompañamiento del espectador en su provocadora sucesión de secuencias cuyo exclusivo hilo argumental es su actor y su constante transformación física dentro de la citada limousina.

Con momentos de verdadera genialidad y magnetismo (especial mención a los números musicales) y otros insanos, sucios, bizarros como el pasaje que une al Sr. Mierda (personaje extraido del corto "Tokyo!" de Carax) con Eva Mendes, “Holy Motors” es ante todo, una de esas películas hipnóticas, fascinantes, estupidas y salvajes. Una manera libre y estimulante de narrar, de esas que cada cierto tiempo nos recuerdan que el cine es uno de los vehículos de subversión más potente y sugestivo que existen
Tagged
Different Themes
Written by Roberto García

Escrito con mucho esmero e ilusión desde Albacete. Comenta si te apetece y si no, escucha nuestro programa de radio, que también tiene su aquel.

0 comentarios